LA ENFERMERA NOCTURNA

 


    El accidente no sólo me ató de manera permanente a una cama, asociada a tubos, monitores y cables. También me sumió en el más pertinaz de los insomnios.
    Sin más alternativas, la enfermera nocturna empezó a regalarme lecturas breves, con la intención de ayudarme a conciliar el sueño. 
    Un día, para mediados de abril, me trajo un libro que dijo haber hallado entre un montón de otros libros apilados; y, ante la ausencia de luna, aquella noche se prestó para una historia fatal.
    Las noches sin luna son tan largas cuando nos asaltan los miedos…
    Tras el ocaso, esta parte del hospital cayó en un sopor indecible, condicionado por un inusual silencio. Sólo se escuchaba la acción del fuelle de mi propio respirador. 
    Mi habitación apenas registraba una penumbra, proyectada por la tenue luz que pretendía fugarse del pasillo. Y para colmo, de aquel libro no sólo emergió una noche tan hostil como la que pintó nubarrones en mi ventana; de sus páginas se sublimó un fétido olor a viejo, a polvo rancio, a putrescencia. 
    Aquel libro olía a mal presagio... Igual, lo empezó a leer.
   En la aparente vacuidad de aquel lugar, de pronto se oyó el TIC-TAC de un viejo reloj dado por muerto tiempo atrás. El insistente repicar de su mecanismo se confundió con el tronar de una tormenta en gestación.
    Todas las tormentas tienen la capacidad de despertar a las sombras y ellas se reúnen en ceremonial alborotándose en danzas extrañas, para mostrarnos la hondura de sus babosas fauces.
    Afuera, el viento hacía vibrar los cristales. Cerré los ojos un instante, intentando no pensar; y temí que lo leído me pudiera meter, de lleno, adentro de una pesadilla.
    No sé si me dormí en algún momento; pero en mi letargo pude sentir la proximidad de unas garras agudas como garfios, que atravesaban la razón de los espejos, llegando sin demora para prenderse de mí. Hasta puedo jurar que sentí la acidez de un aliento infame, expeliéndose a mi alrededor. 
    También pude sentir el calor de una baba viscosa cayendo sobre mi hombro izquierdo.
    Conciente de mi espanto, intenté un grito que no salió.       
    Quise pedir ayuda. Necesitaba emitir una señal; pero este cuerpo mío que no responde…
    No han de haber muchas sensaciones más aterradoras que la de saberse parte de una pesadilla y no poder salir de ella. O peor aún es no poder distinguir si se está, realmente, dentro de un mal sueño o si acaso se ha llegado a las puertas mismas del infierno. 
    Lo concreto y lo irreal siempre se confunden en la oscuridad de la noche. Por eso temo que estas páginas estén cobrando un sentido inesperado, transformando las palabras en hechos.
    Perturbado por las descripciones, dejé de atender la lectura. La sensación de amenaza, ahoga y la certeza de una parca eternidad es capaz de enloquecernos. Ver que el peligro asecha entre las sombras y que se acerca, es devastador.
    Sobre todo cuando se está, como yo, atrapado en un cuerpo inerte. Sí, irremediablemente quieto bajo las mantas.
    Entretanto, el fuelle de mi respirador sube y baja indiferente; al igual que el monitor, que sigue dibujando mis latidos.
    Sé que la embestida del horror es inminente, lo estoy viendo. Me está mirando de frente y me escupe en la cara su veneno mordaz. Veo esos ojos huecos, inhumanos y fatalmente vacíos, como una fosa sin fin. Y percibo cómo, una fuerza omnipotente, me empuja a caer en sus abismos. Su espantosa mirada se clava incisiva en mis pupilas, como agujas infestadas de pavor. Se me hiela la sangre y me siento morir.
    ¡Por Dios, que venga una enfermera! ¡Si esto es una pesadilla, que alguien me despierte, por favor!
    El fuelle sigue bombeando imperturbable; sin embargo, siento que me voy quedando sin aliento.
    Escucho un millar de voces ‘in crescendo’, que retumba al unísono dentro de mí. 
No me cabe duda que son los oniros que vienen a participar de un gran banquete. Quieren beberse mi sangre y devorar cada milímetro de mi ser. Son como hálitos sombríos que deambulan en un ‘Aleph’, que despertaron enajenados y que ahora vienen, todos juntos, a servirse de mí. 
    En este instante es cuando ruego por hallarme, efectivamente, dentro de una pesadilla; porque entonces sí, cabría la posibilidad de poder despertarme, de un momento a otro. Pero, ¡maldita sea! Sé que esto está pasando de verdad.     Estos monstruos se están babeando en mi cara, ahora mismo. Uno de ellos me besa en la boca y se relame, saboreándome. 
    Sigo irremediablemente inmóvil, experimentando el horror de estar siendo engullido por estas bestias. 
    Ya no hay nada que pueda hacer. Atrapado en este cuerpo inútil sólo puedo sentir cómo, estos famélicos insaciables, vacían mi cuerpo de mí. 
    Sí, la noche se prestaba para una historia fatal...
    El libro olía a mal presagio…
    Ahora sé, sin dudas, que estoy parado a las puertas del infierno. 
    Y lo sé porque el fuelle de mi respirador se detuvo y porque el monitor está trazando la línea plana del final.  
19/04/2013

Publicado en 2016
Revista 27 - "Miedo" - Edición Digital

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