SOBRE UN CRIMEN VERDADERO


SOBRE UN CRÍMEN VERDADERO
Basado en ‘Un drama verdadero’
de Guy de Maupassant


'Tres Mujeres'
Umberto Boccioni

PENSAMIENTOS DE PHILIPPE.-

    Dadas todas estas pruebas que, por cierto, son irrefutables; comprendo el dilema en el que se halla hoy mi señor padre, en su honorable condición de magistrado, al tener que decidir entre actuar según la ley: encarcelando al culpable; o preservar mi felicidad: dejándolo en libertad para mi beneficio.
    Ahora bien: develada esta evidencia inapelable, me encuentro yo en la disyuntiva de tener que decirle u ocultarle a mi amada Roseline las dramáticas circunstancias que sumieron a su padre en lo inmoral y por lo que aquí se lo condena. Callar sería en vano. La verdad saltó a la luz y él deberá purgar sus culpas.
    Mal que me pese, debo ser yo quien hable con mi esposa. No puedo permitir que ella se entere de todo esto, por otra boca más, que por la mía.
    ¿Cómo voy a decírselo? aún no lo sé. Mi certeza va en que esto le abatirá el alma y destrozará su corazón.
    Tengo que pensar con claridad. Definitivamente, mañana nos tendremos que marchar de Notreville. En cuanto se divulguen los penosos sucesos del ayer se cernirá el desprestigio sobre nuestra casa. Esto, no sólo afectará el buen nombre de mi padre y el mío propio; sino que también veremos caer el pesado estigma de lo fatal sobre el resto de la familia.
    Lo peor de todo esto… lo que corroe a mi pobre corazón enamorado, es pensar que esa mórbida maldad se halle enquistada, por herencia, a la descendencia que mi bella Roseline me pueda dar.

VOZ DE ROSELINE.-

    ¡Por Dios Santo, Philippe! ¿Cómo pudo, Monsieur Leloi, creer cabalmente que mi padre haya sido capaz de cometer un crimen tan atroz, como éste del que se lo acusa?
    ¡De ningún modo puedo aceptar lo que me dices!
    ¿En verdad crees posible que mi abnegado padre, tan respetado y bondadoso, haya planeado y cometido el crimen, que acabara con la vida de su hermano, al que siempre veneró con devoción? ¿Con qué objeto? No puedo creer que tú también dudes de su nobleza, creyéndolo culpable. Me ofenden tus agravios.
    ¿Quién más, aparte de ti y de tu padre el juez, cree en esta vil infamia?
    No quisiera que mi santa madre se enterara de tan amarga acusación, por vuestras sucias bocas.
    Ya mismo salgo al encuentro de mis hermanas. Entre las tres podremos consolarla de esta pena inconmensurable.
    A mi regreso, no quiero encontrarte en esta casa. Y al marcharte, llévate todo cuanto sea que me traiga tu recuerdo. ¡No quiero volver a saber de ti, jamás!
    Tu nombre será borrado de mi boca y de mi vida, desde hoy y para siempre.

CARTAS DE ANGELINE.-

    A mis hijas

    Lamento, hijas mías, que hayan conocido esta amarga verdad, y de este modo.
    Roseline, mi bella Roseline, todo cuanto os ha dicho Philippe de vuestro padre, no es más que la pura verdad. Te pido que no culpes a tu amado esposo, sólo por haber sido él quien te la ha develado. La culpa es puramente mía, por callar.
    Perdónenme, tú y tus hermanas, por haber guardado este secreto abrumador que me ha carcomido las entrañas, hostigándome por años; y que hoy desgarra por entero a mi alma desolada.

    A Didier

    Donde sea que esté tu alma, a ti también te ruego por perdón.
    Sé que nunca debí ceder a mis flaquezas. El miedo me forzó…
    ¡Créeme que nunca te olvidé, amado mío!
    Sé que hice mal; que no debí traicionar la pureza del amor que nos juramos, y que debí respetar con entereza y resignación tu sagrada memoria.
    También sé que debí asumirlo y declarar, ante el señor Juez, lo que vi aquella noche. Pero, como dije, tuve miedo. ¡Miedo sí! Miedo a perder mi juventud en la triste soledad de un luto perpetuo. A punto de casarnos, tú y yo, me sentí desamparada. Nadie se atrevería a lisonjearme, sabiéndome tu amada. Por eso me marché de Votrelieu. Para casarme con tu hermano. Sí, tu hermano; porque él me salvó de ser una viuda blanca.

    A Monsieura Leloi

    En principio le escribo al amigo Leloi, al que siempre estimé.
    ¡Por favor, perdóneme por el mal que le he causado! Créame que daría todo lo que tengo por hallar quien dé con los pasos de su hijo. ¡Ojalá Philippe aparezca pronto! Mi hija también necesita su perdón.
    También le escribo a Leloi, el juez, a quien siempre he respetado.
    A Su Señoría le ruego clemencia, y cuidados para mi esposo. Sé que será confinado hasta el último de sus días; eso es lo justo. Pero sepa que él también ha sufrido por cargar la culpa de sus propios actos. Eso es lo que lo ha tenido enfermo todos estos años.

    A mi Dios:

    ¡Señor, te pido que escuches las plegarias de esta humilde servidora!
    Te juro que me encuentro enteramente arrepentida. Perdóname por haber sido cómplice de este crimen, por callar. Sé que con mi silencio encubrí al pecador. No soy digna de ti, y créeme que lo siento.
    Hoy mismo remediaré esta falta; aunque recurra a un pecado mortal para lograrlo. Pero lo haré por el bien de mis hijas y el honor de toda la familia.

    Que no se culpe a nadie más. La viga; la soga atada en ella; y la silla que hallen bajo mis pies, son de mi entera responsabilidad.
Angeline D’Jaloux


18/09/2008


Entrada Destacada

LOS DÍAS...

El más leído