NADIE COMO ÉL

    

    Nadie como él, en todo el mundo, era capaz de iluminar el ambiente en el que entraba, con sólo emular una sonrisa.
    La melosa cadencia que le daba al saludo matutino ponía de buen humor a todos en la oficina; y por toda la jornada.
    Ellas, rogaban a Dios y a todos los Santos por poder estar un momento a solas junto a él; aunque más no fuera por el breve lapso que toma un viaje de ascensor. Y ellos, atraídos irracionalmente por su magnetismo extraordinario, trataban de imitarlo en cuanto pudieran: la postura; el estilo; el léxico... Hasta repetían sus chistes, tono a tono, con una exactitud irritante con tal de parecerse un poco a él.
    Pero el carisma que hacía de Oliver un auténtico Adonis era inimitable. Además, físicamente, se podía decir que había sido tocado por la varita mágica de todas las hadas. De estatura promedio y edad a punto, su tez blanca y dorada a puro sol no opacaba la brillantez de su tupida cabellera oscura. Y sus ojos no hacían otra cosa que encandilar al destinatario de su mirada aguamarina. Su torso atlético y viril, tallado por manos celestiales, emanaba testosterona a cada paso. Paso que invitaba a seguirlo a donde fuera. Así también, sus manos masculinas y seguras podían conducirte al delirio, tentándote de hacer una locura con tal de sentirlas piel a piel.
    Todos estos dones no resultaron ajenos a la orgía de hormonas que se había despertado y rebullía irrefrenable en el cuerpo, aún vital y varias veces retocado, de la señora Piris.
__¡Gracias por haber venido a casa, Oliver! Este asunto no podía esperar más. Aunque no estaba en mis planes que esta reunión acabara de este modo tan... íntimo. –dijo ella, cubriéndose la desnudez con la transparencia de su déshabillé.
__¡Por favor; ni lo mencione! Yo soy quien debe disculparse, señora Piris. Es que, su fragilidad por estos días me seduce. –dijo él, apenas cubierto en su masculinidad por la calidez de las sábanas de organcín.
__¡Qué amable eres, Oliver! –agregó ella, sentándose al borde de la cama. Y, con irreverente serenidad apoyó su mano traviesa, sobrecargada de alhajas brillantes al extremo, sobre la pierna desnuda de su amante repentino que ensayaba poses en el lecho, cual modelo de magazines.
    Oliver se convirtió sencilla y rápidamente en su secretario súper privado.     Las murmuraciones, que no se hicieron esperar, alcanzaban un tono llamativo cuando él pasaba raudo del ascensor al despacho de la jefa; directo y sin escalas en el office
__¡Qué vergüenza! El pobre Sr. Piris aún no se enfría en su tumba y ella ya está de jolgorio. ¡Qué puta...!
__¿Y él...? No perdió el tiempo para... A menos de un mes del velorio y ya se le metió bajo las faldas; por no decir 'entre las piernas'. –se repetían los comentarios, que circulaban por los pasillos de Piris Company & Asoc.
    No hace falta que me explaye en los pormenores de cómo Oliver llegó a la Gerencia General de la compañía en sólo seis meses. Basta mencionar que la señora Piris firmaba todos los documentos contractuales y cheques que Oliver le ponía delante, recostada en su propio lecho de amor; con una Mont Blanc de oro en una mano y en la otra un Armand de Brignac helado, burbujeando en una copa Dior.
    Con esto queda claro el porqué Oliver se hizo de la presidencia de la empresa un semestre después.
    A ella no le afectaban las habladurías. Después de todo se merecía una alegría, como cualquier mortal.
    Así es que, lo invitó a recorrer Europa y se vareó por doquier, en todos los idiomas y colgada de su brazo. Voló de norte a sur junto a él y navegó de este a oeste a su lado. Juntos, recorrieron Asia de aquí para allá y cruzaron el Pacífico en crucero hasta la Polinesia.
    El orgasmo era infinito y daba de qué hablar.
    Llegaron de las vacaciones sólo para que Oliver descansara en el confort de su amplio despacho. 
    Con la ayuda de un diseñador, redecoró toda la oficina y enseguida tomó una nueva secretaria, a su medida. Perdón; quisie decir 'a su servicio'.
    Para el receso de invierno volvieron a partir en viaje recreativo, él y la señora Piris. Esta vez, eligieron un destino exótico. Un safari, excéntrico y ocioso, les aseguraría una aventura sin igual de la que podrían presumir en la próxima gala empresarial.
    Puestos a recorrer senderos resecos y agrietados por falta de lluvias, no paraban de tomar fotografías de la novedosa experiencia.
    Bien adentrados en la inmensidad de un mediodía sofocante y bajo las lianas de la inhóspita sabana, Oliver le propuso lo impensado...
__¿Pero de qué estás hablando, querido? No me puedes dejar aquí, sola. Esto está lleno de animales salvajes.
__Lo entiendo Cordelia; pero no podemos quedarnos aquí indefinidamente. Has visto que el Jeep no quiere arrancar y en unas horas caerá la noche.
__¿Estás seguro que el radio tampoco funciona? ¿Lo probaste?
__¡Seguro, mi amor! Mira... ni una sola línea de señal.
__¿Y cómo vas a hacer para llegar a la aldea más próxima, querido?
    El silencio se interpuso entre ambos y por último él respondió con honda bizarría.
__No me queda otra que montar en uno de aquellos elefantes...
__Entonces yo también puedo hacerlo, Oliver. ¡Qué buena idea!
__¡De ninguna manera, Cordelia! No puedo permitir que pases por una experiencia tan primitiva. Será mejor que te quedes aquí a esperarme. Yo vendré con ayuda.
__¿Pero cómo me encontrarás? ¿Te vas a acordar de cómo llegar a este lugar? Se ve igual a todos.
__Cordelia, mi amor: ¿Cómo podría olvidar el lugar en donde queda la luz de mis ojos? –respondió él solemnemente. Entonces culminó __El follaje de este árbol te protegerá del sol y te resguardará del frío; si cae la noche y yo aún no he llegado.
    Y así, Oliver la envolvió entre sus brazos y le dejó un beso impreso en su frente, por última vez.
    Entonces, la dejó en la soledad de aquel paraje, a la sombra de un robusto baobab; con una cantimplora llena de agua fresca y algunos víveres, para que no la pasara tan mal.
    Vuelto a la bulliciosa ciudad y circunspecto, contó los trágicos sucesos que todos lamentaron. No escatimó detalles sobre lo acontecido en las entrañas del África profunda, donde la Sra. Piris dejó su alma; por lo que él debió volver solo de su viaje.
    Afortunadamente, su abnegada secretaria supo servirle de consuelo y lo acompañó en un viaje reanimador a Las Vegas.
    Cuando la pena es tan grande merece un placebo colosal que lo compense.
    Desafortunadamente, en la compañía nunca se enteraeon de que la señora Piris había sido rescatada del feroz asecho de un felino estepario, por un grupo de indígenas, pertenecientes a una tribu primigenia.
    Estos nativos eran salvajes y se comunicaban en un lenguaje indescifrable. No obstante, ella logró evitar que la consumieran en un caldo que ebullía en un caldero, donde se preparaban un gran banquete con raíces y unas legumbres, que los más jóvenes ayudaron a desgranar.     Para su gracia, Cordelia tenía el don de una voz privilegiada y recurrió a lo que mejor que podía hacer en ese momento: cantar. Así, vocalizando su mejor castellano y a viva voz, emuló a la gran Paquita la del Barrio y cantó: 
__𝄞 "Rata inmunda; animal rastrero; 
escoria de la vida; adefesio mal hecho… ♩🎝
🎜♩ Rata de dos paaaaaataaas... 
🎜🎝Te estoy hablando a tiiiiiiiiii 🎝♪
  ♪🎝Porque un bicho rastrero, aún siendo el más maldito, 
comparado contigo se queda muuuy chiquiiiiitooooo" ♬ ♪🎝♩ ♫🎜
09/10/2010

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